Miren Iza, rostro visible de Tulsa, regresa tras un lustro de paréntesis musical, pasando página con un disco en el que predominan las bases electrónicas y unas letras que abrazan la resignación al tiempo que sirven de bálsamo para los más confundidos.
Atrás ha quedado el estilo americana tan asociado al nombre de “Tulsa” y ligado a una serie de influencias de las que Miren Iza –el rostro visible de la banda- dice no renegar a pesar de la transformación. Autores como Neil Young y Woody Guthrie siguen ocupando, con sus guitarras dolientes, un lugar privilegiado en el imaginario de esta cantautora. No obstante, y como ella misma asegura “Hacía tiempo que quería cambiar de herramientas e incorporar otras texturas”. Entre Espera la pálida (2009) y La calma chicha (publicado a principios de este año por el sello Gran Derby Records) ha mediado una estancia en Nueva York, donde Miren se ha volcado más hacia su faceta de psiquiatra. Eso sí, sin dejar de lado la música. Es también en la Gran Manzana donde se ha iniciado en esas nuevas texturas que avivan el desgarro de las actuales composiciones con distorsiones y cajas de ritmos. El resultado: un trabajo producido en Madrid que se acerca sin tapujos al folk eléctrico, manteniendo la sonoridad melancólica, y al que se suman unas letras en las que predomina la sensación de descreimiento y exaltación de lo efímero.
En Nueva York, Miren se ha iniciado en nuevas texturas que avivan el desgarro de las composiciones con distorsiones y cajas de ritmos.
Como primera reacción a la escucha, uno no puede evitar pensar en el disco de la inglesa PJ Harvey Stories from the City, Stories from the Sea y preguntarse acerca de la participación que ha podido tener la urbe de los rascacielos en el estado de ánimo que brota de este último álbum. La suposición de esta influencia queda aminorada por la cantante vasca al declarar que, de haberse quedado en España, La calma chicha habría tenido una factura similar: “Las canciones del disco ya estaban compuestas aquí, aunque la influencia de Nueva York tampoco se puede controlar […] Es una ciudad que todos visitamos seducidos de antemano pero me parece tremendamente exigente y tenía ganas de volver a Madrid para encontrarme con gente y códigos que ya conocía.”
En lo que respecta a la producción, la compositora afirma haber disfrutado más que en discos anteriores, precisamente por esa “calma” que ha distinguido todo el proceso de grabación junto a los compañeros Carasueño y Charlie Bautista. Tal ha sido la falta de obligaciones que entre canción y canción ha llegado a pasar un mes, hecho que ha contribuido a reflexionar más detenidamente sobre los arreglos: “No soy muy amiga de darle demasiadas vueltas a las cosas y en este disco me he dado cuenta de que, en realidad, es muy bueno hacerlo”. Sin embargo, la satisfacción derivada de la creación musical y la adrenalina del directo no parece ser la misma cuando se trata de hacer relaciones públicas, momento en que Miren siente la tentación de esconderse para no hablar con los periodistas: “Es lo que más me cuesta porque requiere mucho tiempo y no soy muy dada a la exposición”, reconoce la con un deje de timidez. Por el momento, esa autopromoción forzada parece haber dado sus frutos: buenas críticas y una gira que se prolonga hasta agosto, culminando en el Sonorama de Aranda del Duero.
No soy muy amiga de darle demasiadas vueltas a las cosas pero en este disco me he dado cuenta de que es muy bueno hacerlo.
Una banda sonora para el exilio
Aventuras de amor intenso que transcurren en una sola noche e historias de ruptura con el pasado caracterizan las canciones de Tulsa y dejan entrever la volatilidad de un ser humano en tránsito permanente, relatividad aceptada por Iza con cierto optimismo. Esta sensación liberadora ante la incertidumbre le ha llevado a colaborar estrechamente con Jonás Trueba en su última película Los exiliados románticos, cuyo estreno está previsto en las próximas semanas. El director ha sido, además, responsable de realizar el videoclip para el sencillo Oda al amor efímero, donde aparece la cantante compartiendo pantalla con los actores del filme: “Lo que en principio iba a ser una simple intersección con la película de Jonás se ha acabado convirtiendo en una colaboración más amplia que ha resultado ser muy especial”. Una vez más, la idea del viaje se repite, estableciendo una curiosa conexión con todo lo que rodea a los orígenes de la palabra “Tulsa”, y recordando a esa Ruta 66 que pasa por la emblemática ciudad de Oklahoma. Porque haya o no sintetizadores la esencia de la banda madrileña se ciñe fielmente a la frase de Rüdiger Safranski que da inicio al vídeo de Oda al amor efímero: “Hacerse a la mar significaba cambiar el elemento de la vida, trocar lo firme por lo fluido […] Se agitaba la pasión de un nuevo comienzo”. #
– Artículo publicado en The Way Out Magazine el 04/2015.